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Socialmente se ha concebido el estrés como el hermano gemelo de la ansiedad. Comparten algunas características comunes como lo son la aceptación social que se tiene y que es signo de que estamos ocupados. Y siempre hemos dicho que estar ocupados es bueno, ¿verdad? Por otra parte, también aparece un cierto sentimiento de resignación hacia el estrés. En las sesiones se ha observado que a menudo los afectados ya han pasado unas temporadas excesivamente largas de estrés antes de que acudan a la consulta, ya que lo concebían como algo inevitable e inherente de la sociedad en la que vivimos.
Sin embargo, el estrés aparece cuando las demandas que nos llegan del entorno son mayores a las que podemos dar respuesta. Las demandas pueden venir de un solo entorno (por ejemplo diferentes tareas a realizar dentro del trabajo) o puede ser producto de buscar el equilibrio entre las diferentes parcelas de nuestra vida. Debido a que algunas de estas demandas no reciben la respuesta tan óptima que quisiéramos nosotros dar, aparecen una serie de manifestaciones emocionales que originan lo que entendemos como estrés. La angustia, la ira, la preocupación, la rabia, la impotencia y la depresión pueden ser algunos de los signos que suelen aparecer y que delimitan el estrés.
Lo primero de lo que tenemos que tomar conciencia es que no tenemos por qué resignarnos a vivir con estrés. El hecho de que la sociedad actual tenga un ritmo de vida acelerado no significa que nosotros la debamos acompañar al mismo compás.
Desde la consulta se proponen tratamientos en dos niveles:
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